Cuando murió el  Prof. Juan Lázara sus posteriores exequias se asemejaron más a las ceremonias  orientales que a los vacíos, tristes y aburridos velorios y entierros porteños.  
                  En primer lugar,  como era su costumbre familiar, lo velaron en su propia casa y lo recordaron  con proyecciones de fotos y videos y buena comida y bebida. Luego, su entierro  se realizó en los pagos de su esposa, en el modesto y metafísico cementerio que  lleva el nombre indígena de Cacharí. 
                  Para su entierro se  viajó más de 250 kilómetros por la ruta 3 y a medida que se avanzaba, se iban  sumando automóviles a la caravana.  El  entierro llevó todo un día ya que el cortejo fúnebre visitó su campo en Pardo y  luego cenó un cordero y un lechón a su memoria.  
                  El prof. Juan  Lázara tuvo un carácter contradictorio que tal vez haya reflejado las paradojas  de su existencia. Su vida se dividió en dos partes de medio siglo cada una.  
                  Los primeros  cincuenta años los dedicó a la bohemia con amigos artistas plásticos (algunos  hoy muy destacados), a sus estudios de bellas artes y a una soltería con mucho  tiempo para viajes, algunos de estos viajes utópicos como el proyecto de  recorrer América en un carro tirado a caballo con otros dos amigos pintores (el  viaje no se pudo concretar porque uno de sus amigos era judío y comunista y el  gobierno peronista de aquel entonces no le dio el pasaporte). 
                  El segundo medio  siglo de vida le llegó casi por azar. Se tuvo que hacer cargo de un taller de  marmolería que transformó en empresa y le dio cierta fortuna y progreso  económico; se casó con una descendiente de nobles indígenas de la pampa y tuvo  dos hijos. 
                  En definitiva, su  vida fue contradictoria: artista y hombre de negocios, bohemio y hábil  empresario, hedonista y padre de familia, amante nómade y esposo sedentario,  peronista y neoliberal, socialista y capitalista, hipomaníaco y melancólico,  bailarín de tango y de chacareras, conductor de rudas F 100 y de largos Fords  Fairlanes.   
                Su legado fue  heredado por sus dos hijos quienes continúan y profundizan sus contradicciones.  Un hijo empresario y otro profesor de historia del arte. Dos ramificaciones de  un alma que contenía ambas vocaciones de vida.   |